Avanzamos de continuo en nuestra nave, rectilíneos a través de las galaxias, hasta llegar a la cósmica frontera: los bordes o confines del infinito.
Y entonces los vimos. Allí afuera había dos cachorros de desconocida especie, más grandes aún que el propio cosmos, que traviesamente (como si fueran dos niños con su mecano de piezas imantadas) jugaban a ensamblar un universo.
30.7.08
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