Tuvo ganas de sentarse junto a su lecho de muerte y decirle “te quiero, te quiero, te quiero”.
Sin embargo no lo hizo. No se lo dijo por cortedad, por una especie de vergüenza. (¿Vergüenza de qué? ¿De que el propio moribundo, tan seco y reacio a expresar sus emociones, pensara “qué cursi”?)
Y ahora se atormenta a cada rato: -Se fue y no se lo dije. Se fue y no se lo dije… Qué ridículo sentido del ridículo.
7.3.08
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
2 comentarios:
y tantas cosas que dejamos de hacer por ese miedo o sentido del ridiculo, en verdad tan ridículo.
Así es. Gracias por tu visita y comentario.
Publicar un comentario