Cada mes cambiaba de trabajo.
En febrero, por ejemplo, trabajó de albañil. Así entraron en su mundo mampuesto, estuco, artesa, encofrado, argamasa, mortero…
En marzo trabajó de carpintero. Así entraron en su mundo escoplo, bisel, barrena, escofina, formón…
En abril trabajó de mecánico. Así entraron en su mundo alternador, pistón, cigüeñal, émbolo, manguito, biela…
Y así sucesivamente. Cada mes, un trabajo distinto.
No era persona inconstante ni volátil. Lo hacía sólo por visitar otros mundos; por conocer palabras que, si no, nunca habría utilizado.
Lo hacía por turismo existencial, es decir, terminológico.
6.3.08
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
2 comentarios:
Me recuerda esa frase de que los límites de nuestro lenguaje son los límites de nuestro mundo.
(Aurora )
Es justamente como dices, Aurora.
Gracias por tu comentario.
Publicar un comentario