30.9.10

Tan cultos

Aquellos hombres eran tan cultos… Sabían sumar, restar, multiplicar, dividir. Conocían el alfabeto, el número pi, la superficie del triángulo, los teoremas de Tales, Euclides y Pitágoras, el principio de Arquímedes... Entendían de círculos, hipotenusas, fluidos, áreas… Lo sabían casi todo. Pero ignoraban la fórmula, el principio, el teorema para no hacer esclavos.

29.9.10

Mella

Dijo el ratón:

“Esta vez no vengo a llevarme algún diente caído (de hecho, ya antes me los llevé todos y no volveré a acarrear más dientes, muelas…). Esta vez vengo a llevarme tu infancia. Vengo a llevarme tu infancia caída. Sí: vengo a llevármela y enterrarla lejos. Es la misión que me han encomendado. Y –añadió- no me gusta, ¿sabes?, no me gusta: llevármela sin siquiera dejarte cinco duros debajo de la almohada”.

28.9.10

Vuela

Yo, que he integrado tus circuitos, que inserté en ti una red para que crees tus interconexiones, tu combinatoria, tu propia estructura, tu propia inferencia, tu propia evolución…

Yo, que te he ensamblado -pequeña criatura mineral y plástica- como quien concibe un hijo…

Yo, que no he hecho de ti un engendro mecánico, que no te he hecho un autómata sino un nudo de nexos agregables y cambiantes...

Tal como si procedieras de la carne, de los genes y no de la robótica…, yo no puedo saber cómo vas a ser.

27.9.10

El quinto mandamiento

Una chica de unos diecisiete años repartía octavillas en la calle. Me dio una y la leí:

Todos los animales que poseemos sistema nervioso tenemos capacidad de sentir y sufrir. A ninguno nos gustaría estar encerrados o privados de movimiento, ni que nos golpearan, ni que nos arrebataran la vida contra nuestra voluntad. Nuestro objetivo pasa por que se establezca el principio de igualdad entre todos los animales, entendido como una idea moral, reconociendo que la vida y la libertad de los demás animales son tan importantes para ellos como las nuestras para nosotros. Es hora de dar otro paso, de avanzar hacia una única moral, superando cualquier prejuicio y la idea de que los animales son cosas de nuestra propiedad simplemente por no ser iguales a los humanos y no pertenecer a nuestra especie. El `especismo’ se opone a la esclavitud, explotación y muerte de cualquier animal no humano y excluye el consumo de productos de origen animal.”

Y tras leer esto recordé que el legislador del Sinaí, cuando en sus famosas tablas mandó “No matarás”, se refería a los humanos. Sólo a los humanos. Y es más: en otros lugares de la Biblia no le importaban, incluso exigía, los sacrificios animales. Y, en fin, nunca tuvo una palabra para que no se haga sufrir innecesariamente a un animal.

Así que le dije a Yavéh:

-En cuestión de ética, de piedad, de compasión, esta chica va por delante de Ti. Mientras que a Ti te da igual el dolor animal, a ella sí le importa. Creo que tendrías que tomar nota. Creo que deberías aprender de ella.

Eso fue lo que le dije al Señor del Sinaí. No sé si me escuchó, pero yo se lo dije.

24.9.10

Podría

Podría ponerle emociones a esta máquina. Podría insertarle el procesador del miedo, el software del dolor, la aplicación de la angustia… Igual que ya dispone de memoria y capacidad analítica, podría añadirle un “kit” de neuropercepción. Podría instalarle esos programas informáticos y hacer de ella una máquina sensible. Podría hacerlo, sí, técnicamente podría hacerlo. Pero no soy tan cruel.

Que me quede como estaba

Pero al final sí se los instalé porque –me dije- ¿quién soy yo para privar a esta máquina de la facultad de sentir? Después de todo es inteligente, tiene capacidad de razonamiento, su coeficiente intelectual es superior al humano... Es una máquina adulta, es mayorcita. ¿Por qué privarla de esa experiencia?

Así que ayer le inserté los programas sensitivos: el procesador del miedo, el software del dolor, la aplicación de la angustia...

Y esta mañana, al pasar junto a ella, la máquina me ha dicho con su voz sintética:

-Oiga, señor, déjeme como estaba. Desinstale, por favor, esos engorros.

Estoy seguro de que quería decir “programas”, pero lo que textualmente ha dicho es “desinstale esos engorros”.

23.9.10

No es tan simple

Pensó en retirarse a una isla, como un Robinson voluntario, donde viviría solo. Sin compañía, no tendría a nadie frente a quien mostrar soberbia, ni contra quien descargar ira, ni de quien sentir envidia.

Se llevaría sólo una vaca que ordeñar y una gallina para el huevo diario. El cuidado de ambos animales y un pequeño huerto le impedirían caer en la pereza.

Por lo demás, la gallina y la vaca no producirían lo bastante para permitirle incurrir en gula.

Sin más bienes que ésos en la isla, la avaricia estaría conjurada.

Seguidamente cogió un cuchillo y se desabrochó el pantalón para cortar de raíz el pecado capital restante, pero en ese momento se cruzó por su mente un hombre con una toalla diciendo:

“Si yo os he lavado los pies a vosotros, también vosotros debéis lavaros los pies unos a otros”.

-Se ve que no es tan sencillo-, pensó. Y no siguió adelante; ni con el cuchillo ni con su “Proyecto isla desierta”.

21.9.10

Parecer feliz

Puede que resulten algo gastados, pero son cómodos y están adaptados a mis pies. Sin embargo, ¿qué dirán los demás si me ven con ellos? Tengo que parecer feliz, así que cambio de zapatos.

Lo mismo me pasa con la ropa, con el coche, con…

Mi casa. Ha de estar impecable, sin faltarle un detalle, aunque ello absorba mi esfuerzo y mi tiempo. El tiempo que echo de menos para lo que en verdad me gusta.

Esas vacaciones, esos días libres en que no me apetece viajar. Y menos aún un viaje largo… Sé que cuando vuelva estaré más cansado y querría quedarme en casa, hacer las pequeñas tareas pendientes: escribir a ese amigo, ordenar mis cajones, pasear, pensar… Pero me voy de viaje porque todos se van y porque ¿cómo después no contar mi experiencia?, ¿cómo aceptar ser el único que no viajó?

Y así es como, poco a poco, parecer feliz me impide ser feliz.

20.9.10

Pobre gente

Humanos… Disponían sólo de cinco sentidos incipientes. Carecían de receptores suprasensoriales. No tenían ultracto, ni infrista, ni beyondez… Percibían sólo una zona, muy escasa, de la realidad. Su conocimiento era parcial y engañoso. No captaban lo infinito, ni las causas sin causa, ni las reglas del caos, ni el porqué del azar. Nada de eso les cabía en sus cerebros. Vivían en la ignorancia, en la tiniebla. Apenas comprendían.

Tan limitados eran... Pobre gente.

17.9.10

Poda

En la portada del libro su autor hizo imprimir: "Los lectores están autorizados a arrancar, sin contemplación ni miramiento ni misericordia, las hoja(rasca)s que sin duda le sobran".

13.9.10

Con las botas puestas

Tenía 48 años. Esta tarde, justo al terminar su jornada laboral, colocando la última colcha de la última cama de la última habitación del hotel, se ha desplomado delante de mí. Al principio he pensado que estaba bromeando, haciéndose el derrotado en el instante preciso de acabar el trabajo. Pero cuando he visto sus ojos entreabiertos, su boca babeando y el color ceniza de su cara me he dado cuenta de que no era una broma.

El enfermero del hotel ha intentado la reanimación cardiopulmonar hasta que ha llegado la ambulancia. Le han puesto varios chutes de adrenalina y le han aplicado el desfibrilador, pero no ha habido nada que hacer. Finalmente lo han llevado en la ambulancia al hospital para que allí certifiquen su muerte por infarto.

Hoy he estado todo el tiempo con él. Por la mañana, mientras cocinaba el desayuno, me ha comentado que estaba cansado, que había salido tarde de su otro trabajo. En todo el día no le he visto fumar un cigarro ni beber un trago de alcohol, pero sí le he visto cocinando, fregando, limpiando, llevando camas de un piso a otro…

Su salud estaba muy tocada. Fumaba bastante y, como buen escocés, le encantaba el güisqui. Es posible que, de todas formas, no hubiera aguantado mucho. Pero hoy no ha muerto por su manera de vivir: ha muerto reventado, delante de mí, en el último empujón para meter la cama supletoria debajo de la principal.

Después de eso aún he tenido que limpiar la habitación, retirar las cajas de adrenalina, las cápsulas, las jeringuillas, los adhesivos de los parches… y todo mientras pensaba: no ha podido morirse en su casa o a primera hora, no, ha tenido que acabar su trabajo, terminar su jornada laboral. Ha tenido que morir tras cumplir su deber. Ha tenido que irse con la tarea hecha.

7.9.10

Lo que más cuenta

Desde que se inventó el felicímetro, todo el mundo anda desconcertado.

Sorprendentemente, en los países muy desarrollados los registros del felicímetro son decepcionantes, a veces inferiores a los de las zonas deprimidas del mundo.

La escala social casi se invierte al compararla con el gráfico de felicidad de sus integrantes.

Los ricos, a la vista de sus bajas mediciones en el felicímetro, se plantean dejar de serlo. (Ahora se ha comprobado científicamente que la opulencia es tristógena, generadora de infelicidad.)

Mucha gente anónima obtiene mejores cotas en el felicímetro que los famosos y admirados.

Algunos que se creían maltratados por la vida, de pronto, al conocer su tasa de felicidad, se saben afortunados.

Hay quienes se descubren raramente dichosos: felices sin saber la causa ni el origen.

El coeficiente intelectual es, a menudo, inversamente proporcional al grado de felicidad medido por el felicímetro.

No pocos minusválidos, físicos o psíquicos, son envidiados por sus elevados índices de felicidad.

Bastantes enfermos dan mayor resultado en el felicímetro que la gente sana.

En algunas personas ha surgido una especie de obsesión por conseguir altos niveles en el felicímetro. Pero, a menudo, cuanto más se empeñan en ello, peores resultados obtienen.

Todo esto ocurre desde que se inventó el felicímetro: el dispositivo que mide, con precisión matemática, la felicidad de cada uno.

6.9.10

Allá donde se cruzan los caminos

Al final no me casé con ella, no compartí la mayor parte de mi vida con ella, no tuve hijos con ella. Pude hacerlo, pudimos hacerlo (fuimos novios durante dos años), pero no lo hicimos. Tal vez sí nos queríamos, pero el caso es que seguimos, decidimos seguir, caminos diferentes. Y supongo que para bien. Veo a su marido y, por lo que sé de él, creo que la ha amado más (y mejor) que yo. Creo que ella ha sido más feliz con él de lo que habría sido conmigo. A veces, al cruzarnos ella y yo en alguna calle (ésta es una ciudad pequeña), hemos hablado banalmente, superficialmente (sobre sus hijos, los míos, la salud, el trabajo…), rehuyendo recordar nuestro pasado y evitando preguntas complicadas del tipo ¿tú que sientes? Pero hoy, cuando he sabido que ella ha muerto, una tempestad ha estallado dentro de mi corazón. Y siento que se va, no mi otro existir posible, no mi vida alternativa, sino una parte básica de mi vida real, de la que sí he vivido. Siento que se me ha muerto a mí tanto como si me hubiera casado con ella, hubiéramos convivido todo el tiempo, hubiéramos tenido hijos comunes. Miro a su marido en el tanatorio y siento que ése (o sea, él) es mi lugar. Lo veo llorar y, mientras reprimo mi propio llanto, no puedo evitar sentir que esas lágrimas que derrama, esas lágrimas de él... me pertenecen.