31.3.08

Cuaternaria

Durante la era cuaternaria, algunos monos devinieron humanos. Éstos, no obstante, siguieron dominándose entre sí y guerreando unos contra otros. A lo largo de su evolución fueron cambiando los detalles; esto es, las modalidades de dominio y explotación, así como las formas de guerrear. Sofisticaron esas prácticas pero nunca llegaron a abandonarlas, por lo que, en lo esencial, nada avanzaron.

En teoría, podrían haber superado aquellas costumbres autodestructivas pero, por alguna razón, no fueron capaces de hacerlo.

Esto último lleva a algunos autores a sostener que la inteligencia de los humanos se ha sobrevalorado: probablemente eran más torpes de lo que algunas de sus creaciones aparentan.

30.3.08

Historias

Distinguían entre la Historia Natural (las transformaciones del planeta y la evolución de la vida) y la Historia a secas (el estudio de las civilizaciones humanas y de su acontecer social y político).

Ambas cronologías eran consideradas distintas: el pasado de la naturaleza se abordaba en tratados científicos, mientras que el devenir humano se recogía en libros de Historia.

Sólo cuando las armas nucleares (creación humana) acabaron con gran parte de las formas de vida en el planeta (acontecimiento trascendente para la Historia Natural), se dieron cuenta de que una y otra sucesión de hechos son, en realidad, la misma Historia.

26.3.08

Zoo

Son de una especie muy extraña. De un palo con agujeros hacen que brote la música. Mezclando varios pigmentos pintan ciervos en las cuevas. De un dolor que les traspasa hacen un canto, un romance…

Y cuanto peor lo pasan, más creativos se vuelven. (De ahí que a veces les apliquemos una dosis de dolor.)

Ellos se dicen “humanos”.

Aunque un tanto atolondrados y obtusos de inteligencia, son unos seres curiosos. Los visitantes, de hecho, los encuentran divertidos. Por eso los exhibimos en nuestro parque temático.

25.3.08

Entre sueños

Se veían sólo los fines de semana, porque ella pasaba los días laborables en otra ciudad a causa de sus estudios. Los sábados solían ir al cine y a cenar. Si después deseaban estar solos, tenían que ir al garaje donde el padre de él guardaba el coche. Aquella noche hacía frío, así que se metieron en el coche y pusieron el motor en marcha para poder conectar la calefacción.

Los encontraron al día siguiente, muertos, dentro del coche. Los dos estaban tendidos sobre los asientos reclinados, cogidos de la mano y semidesnudos.

Sin duda se quedaron dormidos y la combustión del motor consumió todo el oxígeno.

La muerte, suavemente, les visitó entre sueños.

Quienes vieron los cuerpos enlazados y la expresión de sus rostros exclamaron “qué pena”, pero por dentro pensaban “qué envidia: es justo la clase de muerte que querría para mí”.

18.3.08

A desinfectar

“A desinfectar”, dicen los vigilantes, pero los recluidos intuyen dónde van a conducirles: a ese lugar donde otros fueron llevados antes y ya no regresaron. Se rumorea que hay duchas de las que no cae agua, sino un gas venenoso que acaba con la gente. “A desinfectar”, repiten los vigilantes, y el corazón da un vuelco: el final ha llegado, despídete de todo. Un vuelco de pavor pero también un pálpito: un halo de esperanza, de esto ya se termina. El hambre, la fatiga, las hacinadas celdas, el sudor, las torturas…, todo eso ya se acaba.

7.3.08

Una especie de vergüenza

Tuvo ganas de sentarse junto a su lecho de muerte y decirle “te quiero, te quiero, te quiero”.

Sin embargo no lo hizo. No se lo dijo por cortedad, por una especie de vergüenza. (¿Vergüenza de qué? ¿De que el propio moribundo, tan seco y reacio a expresar sus emociones, pensara “qué cursi”?)

Y ahora se atormenta a cada rato: -Se fue y no se lo dije. Se fue y no se lo dije… Qué ridículo sentido del ridículo.

6.3.08

Turista

Cada mes cambiaba de trabajo.

En febrero, por ejemplo, trabajó de albañil. Así entraron en su mundo mampuesto, estuco, artesa, encofrado, argamasa, mortero…

En marzo trabajó de carpintero. Así entraron en su mundo escoplo, bisel, barrena, escofina, formón…

En abril trabajó de mecánico. Así entraron en su mundo alternador, pistón, cigüeñal, émbolo, manguito, biela…

Y así sucesivamente. Cada mes, un trabajo distinto.

No era persona inconstante ni volátil. Lo hacía sólo por visitar otros mundos; por conocer palabras que, si no, nunca habría utilizado.

Lo hacía por turismo existencial, es decir, terminológico.

5.3.08

Sin gracia

Me dan envidia sus ocurrencias, su improvisación. Me gustaría no envidiarle pero ¿acaso la envidia es voluntaria?

Yo soy disciplinado y previsible. Me centro en escribir un guión, lo memorizo y no me aparto de él. Diariamente lo repito, sin fisuras ni altibajos.

Pero él no. Él tiene genio, él tiene duende, él es pura inventiva. Él no necesita guiones.

Una vez oí una copla que decía:

La sal, la chispa y la gracia
ni se compran ni se heredan.
Se las da Dios a quien quiere
y a mí me dejó sin ellas.

Pues al que inventó esa copla le pasaba lo que a mí: que no tengo gracia, que soy “desaborío”.

A veces, en mitad del espectáculo, le veo reírse en mi cara. Es justo cuando se sale del guión, cuando cambia los diálogos y derrocha originalidad. Ahí, sobre la marcha, inventa los mejores chistes, los más reídos por la gente. Entonces me mira con ojos socarrones, con gesto que declara “tú no eres capaz”.

Y al acabar cada actuación, su desdén se agiganta. Ambos sabemos que es a él, sólo a él, a quien aplaude el público. Como también sabemos que, si un día se bloqueara su ingenio, los silencios (o los abucheos) serían para mí.

Supongo que debería racionalizar mis emociones. A fin de cuentas, no es normal que un ventrílocuo sienta celos del muñeco que mueve, del títere de plástico al que presta su voz. Supongo que no es lógico pero ¿acaso la envida es lógica?, ¿acaso es voluntaria?

4.3.08

Algiómetro

Este aparato mide el dolor. Se conecta al cerebro con unos electrodos y registra el dolor que se siente. Si, por ejemplo, a una persona se le clava una aguja en un dedo, la máquina marca 5 dolorías.

Un puñetazo puede oscilar entre 10 y 20 dolorías. Una patada, entre 15 y 25. Una migraña, 100. Los dolores dentales (sin anestesia ni analgésicos), unas 400 dolorías. Una crucifixión, 1.700. (Todas estas mediciones son aproximadas, pues pueden variar las circunstancias.)

La muerte de una madre, entre 500 y 600 dolorías. La muerte de un hijo, 1.100 dolorías. Si son muertes provocadas por la acción de otras personas, las cifras pueden triplicarse.

Nuestros detractores aducen que esto no sirve para nada. Nosotros, sin embargo, creemos que sí es útil. Sirve para que el dolor ajeno se tome en serio, al menos tan en serio como los datos medibles (el índice de precios, el P.I.B., la renta per cápita, los gastos militares…). Y sirve sobre todo para calcular el coste, en dolorías, de nuestras decisiones.